13 abril 2018

Me gusta el estacionamiento de los aeropuerto, un día de semana, a mitad de la noche. Autos varados en una hilera infinita. Voces de personas que no se ven, el rugido de algún avión. Punto ineludible entre tantos otros puntos.

No es como el estacionamiento de un supermercado. No veo la violencia de una familia que ya no sabe cómo seguir a flote, no escucho el rechinar de los changuitos atiborrados de ofertas mentirosas de objetos que a nadie le importan.


No es que la gente sea feliz aquí. No me gusta el Free shop, no me gustan las valijas cuadradas, incluso podría quejarme de las vidas arrasadas que pertenecen a todas partes.

 Pero el estacionamiento me gusta. Me gusta tomar un café y fumar un cigarrillo sentado en el capot del auto. Ver la torre de control e imaginar la locura y adrenalina de la profesión más estresante del mundo. Me gusta ver los aviones que llegan y se van, pensar que allí adentro por lo menos alguien espera ser feliz cuando pise tierra firme. Me gusta pensar en el aura revolucionada de las personas cuando llegan y anticipar su inminente desilusión.

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