Tener dos padres imbéciles y monstruosos no les impide a algunos chicos sonreír y ser felices, al menos mientras andan en bicicleta.
-¡Mira para adelante!- grita el padre con un enojo que pareciera ocultar su profundo resentimiento.
La nena sigue andando, da una vuelta a la estatua de la plaza, sonríe, amplia y sincera sobre su bicicleta violeta. Saca la lengua, saluda al perro de una pareja y sigue.
Es posible que su padre la odie. Puedo imaginar razones: la culpa por todos los deseos que tuvo y jamás se animó a cumplir, la culpa por el cansancio de una vida que lo fastidia, que nunca terminó de elegir. La nena no lo sabe y ríe a carcajadas, o tal vez lo sabe y ríe de todas formas.
La crueldad de un hombre cansado es comparable a la de los peores dictadores de la historia y algunos niños son capaces de enfrentarlos montados en una bicicleta.
14 abril 2018
13 abril 2018
Me gusta el estacionamiento de los aeropuerto, un día de semana, a mitad de la noche. Autos varados en una hilera infinita. Voces de personas que no se ven, el rugido de algún avión. Punto ineludible entre tantos otros puntos.
No es como el estacionamiento de un supermercado. No veo la violencia de una familia que ya no sabe cómo seguir a flote, no escucho el rechinar de los changuitos atiborrados de ofertas mentirosas de objetos que a nadie le importan.
No es que la gente sea feliz aquí. No me gusta el Free shop, no me gustan las valijas cuadradas, incluso podría quejarme de las vidas arrasadas que pertenecen a todas partes.
Pero el estacionamiento me gusta. Me gusta tomar un café y fumar un cigarrillo sentado en el capot del auto. Ver la torre de control e imaginar la locura y adrenalina de la profesión más estresante del mundo. Me gusta ver los aviones que llegan y se van, pensar que allí adentro por lo menos alguien espera ser feliz cuando pise tierra firme. Me gusta pensar en el aura revolucionada de las personas cuando llegan y anticipar su inminente desilusión.
No es como el estacionamiento de un supermercado. No veo la violencia de una familia que ya no sabe cómo seguir a flote, no escucho el rechinar de los changuitos atiborrados de ofertas mentirosas de objetos que a nadie le importan.
No es que la gente sea feliz aquí. No me gusta el Free shop, no me gustan las valijas cuadradas, incluso podría quejarme de las vidas arrasadas que pertenecen a todas partes.
Pero el estacionamiento me gusta. Me gusta tomar un café y fumar un cigarrillo sentado en el capot del auto. Ver la torre de control e imaginar la locura y adrenalina de la profesión más estresante del mundo. Me gusta ver los aviones que llegan y se van, pensar que allí adentro por lo menos alguien espera ser feliz cuando pise tierra firme. Me gusta pensar en el aura revolucionada de las personas cuando llegan y anticipar su inminente desilusión.
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