17 septiembre 2010

A tu salud

Ya nadie pasaba por la esquina. Tanta tranquilidad fingida comenzaba a afectarme. El silencio de la tarde dejaba oír bostezos de balcones ciegos, mientras las horas se desvestían tímidas. Todavía me afectaba la resaca de ese sueño incomprensible, pero hacia algún tiempo que el juego del psicoanálisis había dejado de parecerme divertido. Asíque simplemente quemaba el poco tabaco que me quedaba mientras esperaba que el olvido me regale un poco de esa paz que me hacia falta. Las alternativas desaparecían mas rápido que los cigarrillos y yo me dejaba llevar, como de costumbre, por las vacilaciones cobardes de mi ser mezquino...
En definitiva, el tiempo caía, era uno de esos días en que el tiempo simplemente cae, pasa, hace eco en los rincones y se despide. Cuando quise recordar, me encontré con una noche sin memoria y la gente reía, hablaba, tomaba cerveza, tomaba vino, tomaba fernet. El humo que intoxicaba el ambiente no era solo de mi cigarrillo, y, definitivamente, no era solo de tabaco. No me importaba mucho que estuviera haciendo la gente, o que estuviera haciendo yo… no me importaba mucho nada. La conciencia de despertar con ojos cansados, rodeado de rostros sin nombre no logro alarmarme. Decidí en ese momento proseguir con el piloto automático. Mimetizaciones absurdas, vagas, confusas, simples.
Me deje llevar, me permití mentir, me permití reír. Hacia tiempo que no dejaba salir un poco de esa maldad que tanto trabajo me cuesta ocultar, y me pareció un momento oportuno para sacar de paseo mis demonios.
Ya por la mañana el silencio había acampado en el departamento. Los vasos a medio vaciar estaban llenos nostalgia, los almohadones dormían en el suelo. La cocina era un cementerio de botellas y colillas de cigarrillos, otra vez me habían robado los ceniceros. Encontré en la maceta una colilla a la cual exprimirle unas pitadas y salí a las escalaras externas del edificio. Casi no recordaba lo que era una mañana: luz suave y calida, el viento llegaba del río para lavar a la cuidad y a las personas. Al entrar, nuevamente, volví a caer en conciencia de que existo, la mayor parte del tiempo simplemente lo olvido.
Desperté, como de costumbre, sin grandes epifanías y con cierto regurgito vacío. En la cama había un bulto de mujer con mirada predatoria enredada en las sabanas. Siempre disfruto verlas dormir, más aun cuando no recuerdo su nombre. Brindé por ella con unos mates, antes de abandonarla.


5 comentarios:

  1. Es la huida, la fuga, el abandono ¿Es cobardía?
    No siempre queremos ver.
    Un saludo cordial.
    Alicia

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  2. no me agradó mucho; pero me seguís debiendo un chocolate y yo un recital de blues.

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  3. Maestro lo lei recien, vas a terminar escribiendo un libro! 1,2 ultra violento... jaja te lo acabo de pasar

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  4. Gracias por las visitas
    y gracias también por regalarle
    al mundo Blogger (?)un poco de tu talento y visión.

    Saludos desde el desorden!

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