Cuando Verónica despertó ese día las paredes blancas ya no le decían nada, la luz caía tenue por las hendiduras de las persianas y el techo, por alguna razón, le pareció estar mas bajo que nunca, casi sofocándola a la atura de su boca. Se levanto con esfuerzo y no se preocupo por su vestimenta, recogió unos pantalones que estaban en el suelo, al costado de la cama, se los puso, encontró un par de zapatillas debajo de una silla y se calzó. Tuvo cuidado de no mirar el espejo antes de salir.
Ya afuera se sintió mejor. La presión que sentía en el pecho, ese sofocamiento que la estrangulaba, se disipo después del tercer suspiro. Había sido una noche difícil, un poco mas de lo mismo con un remate inesperado… mientras lo pensaba empezaba a sentirse mas liviana, mas tranquila. En la calle no había mucha gente, era domingo y vivía en una cuidad grande con costumbres de pueblo, todos los negocios de las calles céntricas cerrados, la vidrieras revestidas de rejas, uno que otro auto que decora el paisaje, dos o tres parejas por cuadra, a lo lejos el ruido de alguna moto, de algún micro. El sol cortaba sus rayos de manera implacable contra las hojas de los árboles, contra los toldos y los edificios. Una banda de pequeñas aves que pasan de la copa de un árbol a otro. Ella caminaba despacio, viendo y no viendo el entorno que la rodea, participando y no participando, era, mas bien, una sombra que merodea las calles de una cuidad, en apariencia, tranquila.
No tenia nada que hacer ni lugar a donde ir, pero esas cosas siempre le parecieron insignificantes… a veces lo único que importa es moverse, pensó en aquel momento. Se sentó en un banco en frente del teatro argentino y pudo ver a una pareja discutiendo en un auto que estaba parado en el semáforo. El hombre gritaba, parecía enojado, la mujer miraba por la ventana con sus ojos perdidos en la lejanía. - ¿ Donde estará ella en este momento?- se pregunto mientras que se reafirmaba en el banco con cierta alegría de estar sola. El auto se desvaneció en instantes, ella miraba los juegos de luces y sobras en las baldosa de la acera. Al tiempo, pudo ver acercarse una pareja de ancianos caminando de la mano, casi ciegos, la mujer abrasada a su marido que parecía llevar años guiándola, él con un brazo sostenía a su mujer, con el otro un bastón… hubiera sido muy difícil creer que él podía ver mejor que su esposa, pero de todas formas la guiaba en medio de las sombras en las que se encontraban, a plena luz del día, y ella tan abnegada como el resto de su vida, lo seguía. Ya era hora para Verónica de seguir adelante.
Camino hasta plaza Moreno, dos cuadras mas arriba. Para su disgusto, había gente, familias de todos los números, disfrutando de un día de primavera, llevando a sus hijos a pasear y a divertirse en los juegos. No se quedo mucho tiempo, demasiadas miradas, demasiados ruidos, demasiada gente, poco espacio, poco aire. Pero al salir de la plaza dedico algunos segundos a una niña que jugaba sola con su muñeca en la arena, la madre estaba hablando con otras madres en unos bancos mas o menos alejados, los demás chicos en las hamacas o trepados a los demás juegos, los padres no figuraban en la escena… la niña jugaba sola, no reía, no lloraba, estaba como petrificada, como perdida en algún lugar lejano, en algún otro tiempo. Esos escasos segundos pasaron, ella cruzó la calle y salio de la plaza.
Caminó un par de cuadras sin rumbo hasta que encontró un bar abierto, para ese momento eran cerca de las cuatro de la tarde. Tuvo el agrado se ser la única persona en el lugar, una sola moza, y un hombre gordo y pelado, del otro lado de la barra, que parecía ser el dueño del lugar. La música era tranquila y suave, casi como un suspiro, la moza la atendió cortésmente, el dueño no saco los ojos del periódico. La mesa en la que estaba era de madera y vieja, muchas personas se habían sentado en el mismo lugar que ella, en días muy parecidos y muy distintos. Alguien había grabado con cuchillo un mensaje en el borde: - No llores, no temas, recordá siempre que nada existe- . Le pareció muy curioso, y se tomo la libertad de preguntárselo a si misma : - ¿Nada existe? - luego sonrío.
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Media Verónica se convirtiò en toda, en esa mesita.
ResponderEliminarLa crónica Verónica reacciona.
ResponderEliminarMuy bueno. Me alegra de haber llegado a tiempo.
Sin dudas hay que ver cómo sigue. Así que me veras seguido.
Saludos.
Bueno, pasé a ver si habías continuado...
ResponderEliminarHabrá que esperar un poco más .. jaja
Que estés bien. Besos.
Disculpen la demora. No estuve en la ciudad por un buen tiempo. El secreto de verónica va a continuar ya pronto subiere la próxima parte, aunque va ir mechada con otros posteos imagino. Saludos
ResponderEliminarmm, no puedo esperar. Lo que si, Fausto, seguí tu recomendación, y estoy por la última carta de Rilke, estoy entre la séptima y la novena, o es que la decima me depara algo más?
ResponderEliminargracias, en serio(: