14 diciembre 2010

Freud nunca entendió...

La noche entera se acercaba a acariciarle los pies mientras dormía y las sombras se anidaban en su almohada. Mientras fornicaba sueños y paria alguna que otra epifanía, las sabanas se esforzaban por crucificarlo.

Cuantas veces el ojo escuro de ese cuarto quiso socorrerlo, pero era inútil. No existe reparo de una tormenta sin lluvia, no podía evitar que se ahogara en su seco cataclismo.

Algunas noches se escabullía por la ventana un relámpago lunar para acariciar su frente cálida, sus ojos dormidos. Todo se convertía en grises azulados, trayendo una serena paz de cementerio... en esas horas bajaba la marea, se descomprimía el habiente, dejando que respire y sueñe... tal vez, con algún recuerdo atesorado.

En otras ocasiones, sus ropas lo esperaban, cual perros, al costado de la cama, y lo oían sin verlo, y lo acompañaban sin tocarlo. Ya por la mañana lo saludaban, incluso antes de que entre al baño.

La habitación era el recinto de sus mas files compañías, sin lenguas ni conversaciones -algunas con espacio, otras sin tiempo-.

Seria raro decir que no tenia amigos o amantes, aunque nadie lo visite ni tenga el afán de decirle buenos días.

Freud nunca entendió que jamás se duerme solo,
ni se tienen sueños únicamente propios.





Nadie podrá contar jamás las horas que cayeron rotas entre esas cuatro paredes
Nadie podrá decir jamás como es que un vacío duele
¿Vacío de qué?. Nadie sabe.
sueños uniformes, rígidos metales,
recuerdos de cemento, mal formados deseos...


Ecos, como siempre, en oídos ajenos
Y la sonrisa vespertina de un sobreviviente